¿Cuántas lágrimas habré derramado? ¿Cuánto tiempo tardé en aceptar su partida? ¿Cuánto dolor y sufrimiento fui capaz de autogenerarme?
Pero aún más… ¿Cuánto tiempo dejé de vivir a pesar de estar viva?
Sí, es una realidad que cada uno de nosotros experimenta las pérdidas de sus seres queridos de manera diferente, porque las formas de amor son distintas. No se quiere de la misma manera a un padre que a un hijo, o que a una pareja.
Cuando un ser amado trasciende o deja la vida antes que nosotros, la tristeza, el dolor, el enojo y la negación pueden ir y venir varias veces… hasta que un día -nadie sabe cuánto tiempo después, ni cuándo- te das cuenta de que esa persona sigue viva en tu corazón, aunque ya no lo esté físicamente.
Aquí el punto es, ¿qué haces con tu vida después de la pérdida? ¿Continúas como si (aparentemente) nada hubiera pasado? ¿Te encierras y vives el dolor solo? ¿Pierdes las ganas o la ilusión de vivir? ¿Aparentas ser fuerte, aunque por dentro te estés muriendo?
No, vivir un duelo no es fácil ni rápido, pero tampoco tenemos que morir en vida, porque nosotros aún tenemos algo que hacer, algo que legar a otros, algo que ayude a que el mundo y la humanidad mejoren.
¡Vive, por favor, VIVE! El mundo no se va a detener junto contigo, las demás personas no van a dejar de hacer sus cosas por ti, los años no van a detenerse en tu vida… cada día que te encierras te pierdes de los regalos que Dios dispuso para ti.
Te lo digo por experiencia propia… nuestros seres queridos se van físicamente, pero permanecen en nuestro corazón… y de ahí nunca, nunca se irán a menos que tú así lo aceptes.
– BlanCalma