Dicen que el envidioso no quiere lo que tienes, sino que tú NO lo tengas. Y sí, es una triste realidad a la que nos enfrentamos en cada momento en nuestra vida, y muchas veces de personas que ni siquiera nos imaginamos que pueden tener esta emoción negativa en contra de nosotros.
Y es complicado también porque en ocasiones no hay motivos aparentes para que alguien quiera hacerte la vida de cuadritos, te mal aconseje o trate de hacerte cambiar un estado de bienestar por otro en el que no vibres de manera positiva.
Cada que pienso en los envidiosos me dan ganas de salir corriendo como lo hacía Forrest Gump en la película del mismo nombre. ¿Te acuerdas? Cada que podía salía corriendo a toda velocidad y sin rumbo fijo. En fin, creo que cuando se nos acerca alguien así es lo primero que debemos hacer, alejarnos.
Duele poner distancia, sí. Quizá pensemos en alguien envidioso como ese niño que en nuestra infancia no nos quiso prestar un juguete o no jugó con nosotros. Ojalá todo quedara ahí, pero no, conforme crecemos adoptamos otras formas de demostrar la envidia, como se te lo compartí hace un momento.
Otras formas pueden ser sutiles, casi imperceptibles, como no querer compartir nada contigo, ni palabras, ni cariño, mucho menos objetos materiales. No se dan cuenta de que una de las cosas más maravillosas que podemos hacer es compartir, porque cuanto más damos, más recibimos del Universo.
Una sonrisa, un saludo, un ceder el paso a alguien son formas maravillosas de compartir que no nos implican gastar dinero, recursos, tiempo ni dinero. Y son cosas que a las personas envidiosas les cuesta trabajo dar.
Por eso, cuando estés con una persona así, busca mostrarle (no enseñarle) que hay otras formas de vida, que es una delicia darle los demás, que no se pierde nada y se gana mucho. La vida es un constante ir y venir… y la rueda de la fortuna siempre gira.
– BlanCalma